El altar

LLegué al altar de sacrificios y me senté sobre una roca en ruinas.
Miré a mi alrededor, y sobre todo hacia un punto en especial.
Hacía un par de años había descubierto que mis padres habían muerto aquí
pero no tenía claro por que raza. Con un suspiro, comencé a repasar las marcas de sangre
seca de las piedras con delicadeza, mientras mi mente se abstraía de todo lo demás.

Salí del estado se shock en el que me encontraba y me giré.
Vi a la chica de antes. Había dicho que se llamaba Aurora.
- Hola.- dije tranquilamente

Rodé los ojos.
- No hace falta que lo jures.

- Estamos en disputa Aurora. Las sombras no se mezclan con los vampiros.- gruñí

- ¿Se puede saber qué narices te han enseñado a tí?.- bufé

La miré fijamente, con ojos duros.

- Haz lo que te de la gana, cuando te topes con un muro en tus narices entonces me cuentas.- respiré hondo. Tenía que tranquilizarme

Me encogí de hombros.

- Me llamo Diara

- Tengo muchos cambios de humor, asíque no me los tengas en cuenta.- suspiré

Sonreí y miré hacia el horizonte sin decir nada

La miré.
- No, porque la esencia de los nuestros se iría. Esto es una manera de recordarlos, de saber que murieron por algo, defendiendo lo nuestro

- Porque no has perdido a nadie entonces

- ¿por qué?.- inquirí